Conocida como la muerte negra, La Peste. La enfermedad
infecciosa más letal de todas las conocidas. Una de las plagas bacterianas, más
antigua y más virulenta.
A lo largo de la historia han muerto por la muerte negra,
más de 200 millones de personas. Su nombre causaba pavor durante la edad media.
Para combatirla aparecieron los llamados Médicos de la
Peste, ataviados con una máscara con pico de ave, una máscara de gas primitiva,
que contenía en su interior perfumes, a modo de filtro contra la fetidez que
emanaba de los apestados.
Una creencia común de la época era que la plaga se extendía
a través de las aves. Por eso se creía que vestirse con una máscara con pico de
ave podría alejar la terrible enfermedad. La máscara incluía lentes de vidrio
rojo, que hacían al doctor impermeable al mal.
El atuendo se completaba con un largo abrigo de cuero,
guantes y sombrero de ala ancha. En la mano derecha un palo blanco con un reloj
de arena alado, utilizado para mover o examinar al paciente y otras personas
cercanas.
Médico alemán con la vestimenta del Doctor Peste (siglo
XVII).
El pico de la máscara era a menudo rellanado de especias y
hierbas aromáticas para purificar o neutralizar los miasmas o "mal
aire". Realizaba un doble propósito, disimular el olor cadavérico, parar
los esputos y la posible ruptura de las pústulas bubónicas.
La ropa de los Doctores de la Peste también tenía un uso
secundario: asustar y advertir a los curiosos. Su figura se convirtió en la
imagen de la muerte, aves apocalípticas que con su presencia hacia huir a todo
aquel que se cruzara en su camino.
En la actualidad la máscara del Doctor de la Peste se
utiliza en los carnavales de Venecia. Ha perdido su carácter macabro,
convirtiéndose en un símbolo festivo y lúdico.
Cuando la muerte se paseaba con pico sobre Europa
La muerte negra, o la peste negra, se refiere a la pandemia
de peste que afectó a Europa en el siglo XIV y que alcanzó un punto máximo
entre 1347 y 1353; se estima que la misma fue causa de muerte de 25 millones de
personas (aproximadamente un tercio de la población del continente en aquel
entonces) Por otro lado es más que
probable que la población europea de ese momento fuera mucho mayor de lo que se
dice ya que no era igual la forma en que se contabilizaban además de las
personas que Vivian en las afueras, montañas, etc.
La gente enfermaba y
moría de repente, nadie sabía la causa
La peste bubónica, se cree ahora, fue causada por la
bacteria Yersinia pestis que era transmitida a los humanos por las pulgas que
compartían con la rata negra, la que hoy conocemos como rata de campo. Su
propagación fue tan veloz debido a que estas ratas eran polizontes habituales
de las embarcaciones que comerciaban de puerto en puerto.
Lo extremadamente curioso, es la forma de cómo tuvo su
inicio en Europa. De hecho fue el primer intento de guerra biológica a gran
escala, perpetrada por los mongoles, que tenían sitiada la ciudad de Kaffa, en
Crimea, una posesión genovesa, y que catapultaron cadáveres contagiados de
peste (traída del Asia) por encima de las murallas, infectando a los sitiados
con la terrible enfermedad.
SÍNTOMAS
Tras un periodo de incubación de entre dos a ocho días, aparece bruscamente un cuadro de fiebre, cefalea (dolores de cabeza), escalofríos y astenia (debilitación del estado general). Después de algunas horas o días los pacientes notan la presencia del bubón, que es una adenopatía dolorosa al tacto, de 1 a 10 cm. de diámetro, que se localiza generalmente en las regiones inguinal, axilar o en el cuello y que en ocasiones pueden supurar.
La palpación de la adenopatía (inflamaciones de los ganglios) produce un dolor muy intenso y por debajo de la piel se palpa una masa firme y no fluctuante. Con frecuencia se acompaña de hepatoesplenomegalia (hígado y bazo anormalmente grandes) y es muy dolorosa.
Debe sospecharse la existencia de peste bubónica cuando una persona tiene síntomas tales como adenopatía, fiebre, escalofríos, cefalea y agotamiento extremo con antecedentes de posible contacto con roedores, conejos o pulgas afectadas.
Tras un periodo de incubación de entre dos a ocho días, aparece bruscamente un cuadro de fiebre, cefalea (dolores de cabeza), escalofríos y astenia (debilitación del estado general). Después de algunas horas o días los pacientes notan la presencia del bubón, que es una adenopatía dolorosa al tacto, de 1 a 10 cm. de diámetro, que se localiza generalmente en las regiones inguinal, axilar o en el cuello y que en ocasiones pueden supurar.
La palpación de la adenopatía (inflamaciones de los ganglios) produce un dolor muy intenso y por debajo de la piel se palpa una masa firme y no fluctuante. Con frecuencia se acompaña de hepatoesplenomegalia (hígado y bazo anormalmente grandes) y es muy dolorosa.
Debe sospecharse la existencia de peste bubónica cuando una persona tiene síntomas tales como adenopatía, fiebre, escalofríos, cefalea y agotamiento extremo con antecedentes de posible contacto con roedores, conejos o pulgas afectadas.
Propagación desde
Kaffa en 1347
Algunos barcos genoveses lograron escapar, pero la
tripulación ya estaba infectada, y los barcos iban plagados de ratas que
diseminaron la enfermedad en todos los puertos donde recalaron. Según algunos
cronistas, cuando los barcos llegaron a Constantinopla, desde lejos podía verse
que gran parte de la tripulación ya venía muerta sobre las cubiertas. Otras
naves continuaron el viaje hasta Mesina (Sicilia), donde se les impidió entrar,
aunque ello no evitó que buena parte de las ratas abandonaran el barco y se
quedaran. Desde el sur de Italia, la peste se extendió hacia el norte, pasando
por Suiza, Baviera y los Balcanes. Otras naves llegaron hasta Marsella, desde
donde penetró la peste por toda Francia, España y Portugal.
Propagación de la
Peste en Europa, siglo XIV
Desde esta primera oleada de 1347 (la más terrible y
mortal), la Peste Negra asoló Europa durante tres siglos. Diezmaba una ciudad y
desaparecía por décadas, pero siempre estuvo presente, intermitente en el
Mediterráneo. Cuando no estaba en un reino o país estaba en otros, con
epidemias más bien locales, pero ninguna fue tan terrible ni se extendió tanto
como la primera, que literalmente mató a un tercio de la población europea de
ese tiempo, o sea hablamos de 25 millones de muertes entre 1347 y 1350.
Luego por supuesto, hubo brotes que asolaron ciudades
enteras, como la Peste Italiana de 1629, la Epidemia de Sevilla en 1649, la
Gran Peste de Cataluña en 1650, la Gran Plaga de Londres de 1665, o la Gran
Peste de Marsella de 1720. De hecho uno de los sitios más golpeados y
recurrentes eran las ciudades francesas donde se estima murieron más de tres
millones de infectados.
Las calles atestadas
de cadáveres
El tiempo promedio que una de estas pestes asolaba una
ciudad era de dos a tres años, hasta que quedaba diezmada la población y los
sobrevivientes adquirían una especie de frágil inmunidad. Pero como estas
epidemias eran cíclicas, tarde o temprano volvían, y siempre que lo hacían
arrasaban nuevamente con la población.
Cuando la epidemia golpeaba una ciudad, la vida cambiaba en
todos sus aspectos radicalmente, desde las relaciones dentro de una misma
familia, hasta las estructuras sociales, políticas y económicas. Los teatros se
encontraban vacíos, los cementerios llenos y las calles atestadas de pestilentes
cadáveres.
La Peste Negra
Los gobiernos europeos de la época no tuvieron ninguna
respuesta ante la crisis, porque nadie conocía la causa ni sabían cómo se
propagaba. En 1348 por ejemplo, se extendió tan rápidamente, que antes de que
los médicos o las autoridades pudieran pensar en algo, un tercio de la
población ya había muerto. En las ciudades más pobladas no era raro que muriera
hasta la mitad de su gente. Quienes vivían en zonas aisladas sufrieron menos,
en contraste con los monasterios y conventos que fueron los más afectados, ya
que se dedicaban a cuidar a las víctimas que habían sido abandonadas por su
familia, algo que se hizo común.
El miedo natural no tardó en transformarse en pánico, y en
tiempos de pánico es fácil desatar a la ira -que nunca es buena consejera- y se
adoptaron hábitos extraños. Algunos extremistas se convirtieron en
"flagelantes", azotaban sus cuerpos hasta desgarrarse la piel de la
espalda, mientras peregrinaban de ciudad en ciudad proclamando que la peste era
un castigo merecido de Dios. Otros en cambio se dedicaron a la persecución de
extranjeros y minorías, o de quienes se autodenominaban brujos, curanderos y
gitanos. Los judíos siempre han tenido (por su religión) diferentes rituales de
higiene, que en esa época era más frecuente que la del europeo promedio, y por
ende casi no se contagiaban. Eso también resultó muy sospechoso y fueron
acusados de envenenar las fuentes de los cristianos, y también fueron
salvajemente perseguidos, torturados y quemados en hogueras.
Judíos torturados por
sospechosos
Para colmo, millones de gatos fueron torturados y
asesinados, ya que para la Iglesia Católica estaban asociados con las brujas y
con el diablo. Las grandes ciudades no tenían gatos, y en los pueblos habían
muy pocos que alejaran a las ratas.
La gente estaba en shock, y a pesar de estar rodeados de
muertos, cadáveres y pestilencia, se seguía asesinando a personas inocentes,
porque obviamente, alguien debía ser culpado. Como la medicina medieval nunca
estuvo a la altura del desafío de prevenir o curar la peste, tampoco podía
haber espacio para la magia y la superstición.
Fue de esta forma que empezaron a aparecer los primeros
“médicos de la peste”, que al inicio eran médicos sin trabajo o de segunda
categoría, uno que otro temerario que se ganaba la vida atendiendo a los
enfermos apestados, ricos o pobres, y como siempre había alguna ciudad que los
necesitaba, eran muy cotizados y bastante bien pagados. Sus honorarios los
pagaba la autoridad de la ciudad que los llamaba.
La pérdida de tantas vidas en un mismo sitio debido a la
peste, fácilmente podía desatar un desastre económico en un pueblo o ciudad.
Por eso estos hombres eran tan valiosos y se les daba privilegios especiales.
Tan cotizados eran, que cuando Barcelona envió a dos médicos de los suyos para
colaborar en la Plaga de Tortosa (Tarragona) en 1650, fueron secuestrados en el
camino y los delincuentes exigieron un rescate. La ciudad de Barcelona tuvo que
pagar por su liberación.
Médico de la Peste
Estos médicos especiales firmaban un contrato previo con la
ciudad que los requería, y entre las cláusulas especificaban por ejemplo, que
debían recibir tres salarios por adelantado, que era algo como un seguro porque
también ellos temían morir. También dejaban muy en claro que se dedicarían
exclusivamente a la peste y no a otro tipo de enfermedades. La ciudad que los
llamaba cubría sus gastos de hospedaje y alimentación (aparte del sueldo)
durante su permanencia, y se les daba otras garantías como indemnizaciones por
despido intempestivo. Como les decía, la época y la ignorancia acerca de la
enfermedad, se prestaba para que estos médicos especiales impongan sus
condiciones, y sean vistos como seres especiales.
"Pico de
médico"
A partir del siglo XIV empezaron a protegerse con una
máscara de pájaro, que era conocida como "el pico de médico"; y es
que una creencia muy común en la Edad Media era que las aves podían propagar la
peste. Se pensaba que al ponerse la máscara de pájaro, el médico podía alejar
la plaga de la zona donde estaba atendiendo a los enfermos. Una correa sostenía
el pico sobre la nariz del galeno y sobre ella había dos aberturas con vidrio
para los ojos. Esta máscara también tenía orificios pequeños para respirar, y
el cono propiamente dicho, se rellenaba con hierbas aromáticas, flores secas,
especias, y alcanfor o en su defecto una esponja con vinagre. En lo que si
debió haber sido efectivo este "pico de médico", es en alejar los
malos olores, los que se llegó a pensar, eran la principal causa de la peste.
La máscara en sí, junto a los guantes, botas, un sombrero de
ala y esa especie de “sobretodo” exterior que les cubría toda la ropa,
convirtió a éstos médicos medievales en personajes tétricos. Y es que era lógico,
su sola presencia indicaba que la peste estaba cerca o que pronto se desataría
una epidemia. Ver de repente en tu pueblo o ciudad a uno de estos médicos de
pico completamente ataviados, debe haber sido lo más cercano a ver ahora una
calavera paseándose con su guadaña.
Los síntomas de la muerte inminente:
"Los síntomas no son los mismos que en el Este, donde
un chorro de sangre nasal es el signo claro de la muerte inevitable; pero
empiezan en hombres y mujeres con ciertas hinchazones en la ingle o la axila
que llegan a ser del tamaño de una pequeña manzana. Poco después aparecen las
manchas de color negro o púrpura en los brazos, piernas o cualquier parte del
cuerpo. Estos puntos también son un signo cierto de la muerte.
No había medicina que ayudara o aliviara esta enfermedad,
aparte de que nadie sabía que la causaba. Muy pocos se recuperaban, pero la
mayoría de infectados morían a los tres días de la aparición de los tumores
anteriormente descritos, la mayoría de ellos sin ningún tipo de fiebre u otros
síntomas.”
La reacción ante el desastre:
“Mucha gente se aisló pensando que la vida moderada y el no
mantener contacto cotidiano los preservaría de la epidemia. Se encerraban en
las casas donde no había enfermos, comían y bebían muy frugalmente, evitando
todo exceso, pero no llegaban noticias o soluciones para la enfermedad. Otros
hacían todo lo contrario. Pensaban que una cura segura para la plaga sería
estar bien alimentado y que el vino alejaría al mal. Bebían, cantaban y se
divertían, satisfacían todos los apetitos que podían y bromeaban acerca de la
situación. Literalmente pasaban día y noche en las tabernas bebiendo sin
moderación. Esto se podía hacer fácilmente porque todos se sentían condenados y
dejaban abandonadas sus casas y propiedades, y estas pasaban a ser propiedad
común de viajeros de paso y vagabundos. Cualquier extraño las tomaba como si
fueran suyas. Todo este comportamiento bestial, era para evitar a los enfermos
tanto como sea posible.
En medio del sufrimiento y la miseria de nuestra ciudad, las
autoridades humanas y divinas desaparecieron casi por completo, ya que, como
todos, los ministros y ejecutores de las leyes estaban todos muertos o
enfermos, o encerrados con sus familias, de manera que nadie trabajaba. Todo
hombre, por lo tanto, podía hacer lo que quisiera.”
La ruptura del orden social:
“Cada ciudadano evitaba al otro, ningún vecino se preocupaba
por los demás y los familiares dejaron de visitarse. El corazón de hombres y
mujeres fue tan golpeado por el terror, que hermanos abandonaron a hermanos, al
igual que los cónyuges entre sí. Lo que es aún peor y casi increíble, es que
padres y madres se negaron a ver y atender a sus hijos, como si no hubieran
sido de ellos.
Por lo tanto, una multitud de hombres y mujeres enfermos se
quedaron sin ningún cuidado, excepto de la caridad de los amigos (pero fueron
pocos) […] Dado que los enfermos fueron abandonados por todos sus parientes y
amigos, surgió una costumbre de la que nunca se había oído hablar antes.
Mujeres hermosas y nobles, cuando cayeron enfermas, no tuvieron escrúpulos en
tomar criados jóvenes o viejos, y sin ningún tipo de vergüenza, les exponían su
cuerpo desnudo porque la enfermedad las obligaba a hacerlo. Quizás por esto,
las mujeres con moral más relajada fueron las que sobrevivieron.”
Los entierros en masa:
“La situación de los pobres y las clases medias fueron aún
más lamentables. Ellos se encerraron en sus casas, ya sea por pobreza o con la
esperanza de seguridad, y aun así enfermaron por miles. Sólo se sabía que
estaban muertos porque los vecinos seguían el olor de los cuerpos en
descomposición y sus cadáveres eran hallados en los rincones. Los
sobrevivientes estaban más interesados en deshacerse de los cuerpos en
descomposición, que en darles cristiana sepultura. Sacaban los cuerpos de las
casas y los ponían en la entrada. Cada mañana podían verse cantidades de
muertos en las puertas de las casas.
Llegaban tal cantidad de cadáveres a las iglesias todos los
días y a cada hora, que no era suficiente la tierra consagrada para darles
sepultura. Como los cementerios estaban llenos, se vieron obligados a cavar
trincheras enormes, donde se enterraban los cadáveres por cientos. Los
arrumaban como pacas en bodega y los cubrían con un poco de tierra, hasta que
la zanja se llenaba.”
Es bien sabido que la iglesia Católica ha cometido un sin
número de tonterías durante la historia, pero una de las más imperdonables es
la que cometió el Papa Clemente VI, que aun sabiendo del problema, anticipó el
Jubileo de 1350, y citó a todos los fieles en Roma, justamente cuando las
ciudades se estaban recuperando de la primera oleada de la peste de 1347, lo
cual causó la propagación hacia nuevos lugares. Las crónicas de la época dicen
que apenas sobrevivió el 1% de los peregrinos. Italia fue arrasada y despoblada
por segunda vez, y quienes sobrevivieron y lograron regresar a sus países de
origen, diseminaron la enfermedad en todas las direcciones.
Hay quien especula con que esa bajada de las defensas pudo
producirse también por un derrumbe civilizacional, un cambio de estilo de vida
forzado que genero una profunda caída psicológica y de defensas adicional, una
escasa actitud de supervivencia.
De España a finales del siglo XV en 40 millones de
habitantes, más o menos como la actual.
otros daros curiosos sobre salud enfermedades y mas
otros daros curiosos sobre salud enfermedades y mas